Para mi el diario era una acumulación de monólogos y figuritas. Palabras impresas en papel que me cuentan historias y pocas de ellas tienen fin. Me hace conocer los nombres de personas que no interesan y que tampoco quiero conocer. Inunda charlas de café y sirve de insignia a la hora de prejuzgar un modo de pensar, como si ese pedazo de papel fuese fiel a una teoría sobre el mundo o una definición de vida.
Un día me tatué, me corte el pelo por vigésima vez y festejé con amigos. Salí, bailé y la conocí. De ahí en más agregué una S a todos los verbos y el camino se ensanchó para que entremos dos.
Cines, videos y comidas. Salidas, idas y venidas. Caricias, enojos y una última bienvenida para no dejarnos.
Hoy Olivia sale en el diario, adentro de un auto y con un hombre que no era yo. Dicen allegados que andaban en algo, que era frecuente verlos sentados hablando a poca voz. Ella tiene atadas las manos y el pecho ensangrentado. Él salpicó la ventanilla y olvidó atarse las zapatillas. Están mojados en la costa del río. En negrita y al pie de la fotografía hablan de celos y de traición.
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