No me gusta compartir ascensor. Prefiero viajar solo, haciendo caras frente al espejo o buscando perfiles extraños; marcando los dedos en la pared. Me gusta pegar chicles entre piso y piso o esconder boletos con la extraña manía de volver a buscarlos un día después. Aunque la mayor desilusión es saber que la gente limpia lo que ve y lo escondido vive la eternidad con disimulo.
Existe un boleto que vive en la calle Acoyte altura setenta y seis, lo dejé en el primer ascensor viniendo desde la puerta de calle, esta incrustado entre el tablero y el panel superior desde Marzo del dos mil seis.
Hace un par de meses volví y sigue ahí, amarillento, gastado, machucado y enrolladito; apenas se lee la fecha y el número de interno; pero se que era un colectivo de la linea 86 que una mañana de lluvia me dejo por ahí.
Empiezo a creer que su permanencia en el éter produzca algún cambio en su fisonomía. Quizás mute a mariposa o colibrí y cuando vuelva otra tarde a su encuentro, solo queden los restos de un alpiste gastado o la pelusa de larva incubadora de mariposas.
En el peor de los casos se fundirá con el bronce hasta desaparecer. Quizás y tampoco lo sé.
Por eso me gusta viajar solo en ascensor, cómo explico que paso a saludar boletos que alguna vez escondí.
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alto enfermo
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