El tiempo corre a gran velocidad, las noches me quedan cortas y los deseos se hunden en la laguna mental. Nada alcanza, nada es suficiente. Ya no puedo volar. Mis alas parecen romperse y son tantas las noches que prefiero esconderme, olvidarme en la demencia.
Los recovecos oscuros y sombríos. La penumbra. La niebla. La distancia confusa; todo se hace verbo, mientras la soledad se hace carne y el eco rumiante de mis latidos pierde el esfuerzo con las mismas ganas que entrego el destino.
Ciego, viejo y sin memoria creyó ser hombre, creyó los cuentos que en sus noches había oído, creyó cada uno de sus sueños y en dos notas se mintió a sí mismo.
Sin fabulas ni escritos, fue rata y estuvo vivo. Fue parte y fue testigo. Sin palabras para entenderlo cayó en el olvido.
Párrafo extraído de "El libro que jamás existió" (Emiliano Rovira) -2004-
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