Una tarde como esta, en una calle de cinco esquinas y en la unión de unas baldosas a medio andar, el pequeño cordel esperaba la vista aguda que haga con él lo que el mundo precisa. Un detalle más que muestra la desprolijidad de un mundo que se deshace o la torpeza brutal de todo aquello que falta terminar.
Sin levantar sospechas y mirando a mí alrededor, busqué la manera de acercarme, estudié todos los ángulos (los claros y los oscuros); pensé y saqué cálculos, hasta improvisé un porcentaje de probables e improbables. Me alejé y me acerqué cuantas veces creí necesario; hasta que lo pisé con la misma fortuna que se pisan los chicles y el pequeño paso de un hombre inició la devastación de la humanidad. Aquel espiral que todo lo envuelve cavó un pozo con la profundidad de la desolación y el ruido de los vientos huracanados simularon sordera para los presentes. El paso de las estrellas cayendo del cielo para hundirse en el hoyo de oscuridad fueron un sueño, al lado del dolor que sentí al ver caer el mundo que conocí. Una hilera de edificios con miles de vidas dentro, los autos, las motos y trenes; hasta las salidas de los enamorados entre rosas y bicicletas. El olor, el color, el sonido y el tacto; todo desapareció.
Hubo un tiempo de sombra, hubo tiempo y más; hasta tiempo sin tiempo. Y a partir de ahí, viví estático, flotante e insípido; sin poder entender si él se había comido todo... o en el pozo estaba yo.
sábado, 23 de enero de 2010
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