Hubiese sido perfecto que lloviera, con un cielo negro y enfurecido, repleto de rayos, truenos y viento. Que él me mirara a los ojos y pensara, lo bueno que fuimos el tiempo que duró. Quería que se arrepintiera, que amagara con besarme y en silencio fingiera una disculpa. Hubiese estado bueno abrazarnos en medio de la tormenta. Sentirnos por última vez; grabando en mi memoria el olor acuoso de su perfume.
Pero giré sin mirar atrás.
Hasta olvidarme.
Viejos y perdidos quedaron los recuerdos del dos mil diez.
Otro año se acerca, todo comienza, pero esta vez con varias sorpresas.
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