Él cuenta que quiere tener un perro; y agrega, muy suelto de cuerpo, necesito alguien que me quiera.
Por suerte no hablaba conmigo, hubiera sido imposible remontar mi expresión.
Siempre supuse que a los perros se les daba amor. Elegías a uno con el que pegabas onda. Lo elegías para darle un hogar, cuidarlo, mimarlo y alimentarlo.
Quizás para relacionarte de otra manera, manteniendo el dialogo básico y salvaje que perdimos al creernos humanos.
Pero el mundo se inunda con tipos como este.
"Mirame, escuchame, seguime"
"Quereme hoy, quereme siempre; por más que yo te ignore o no te valore."
"Quereme porque me hace bien."
Y volvía a pensar, ... estas personas existen; muchas veces te las cruzas, otras tantas te encariñas y con algunas cometes el error de acostarte. Ni hablar de caer en el amor y el sufrimiento (inevitable) al intentar compartir algo más profundo.
Y pensaba que difícil se hace lo profundo. Desde las amistades hasta las parejas; ni hablar de la profundidad propia. Esa que te corta el aliento, la que incómoda. El fondo infinito, el ánima mutable.
Todas las relaciones caen (en algún momento) en la profundidad del otro.
En el amor se supone que ambos deseamos llegar a lo más profundo, rodeados de paz y tiempo, para reconocernos iguales; para disfrutar la pureza; para olvidar las palabras y los enredos del pensamiento. Rogamos que esa emoción se haga lugar y ese lugar viva en uno.
Si el amor lograra ser en cada uno de nosotros, imaginate la luz que tendríamos en los ojos.
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