El hilo de luz nacía cerca de la ventana, entre orificios, formando una línea que atravesaba la cortina, la mesa y el sillón; entraba en la cocina, se escondía en el cuarto y se dormía (de a ratos) en la planta de mis pies. Traía una calidez que había olvidado y sin darme cuenta, me hacía sonreír. No perdía las ganas de jugar. Y todo volvía a estar bien.
Sigue ahí y nada puede borrarla. Permanece; suspendida en cada brillo, siendo parte del sol.
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Todos presentes en nuestra memoria.
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